Cuando el bistec es devorado como devoran los perros hambrientos unas sobras sabrosas, cuando ya no tienes de esa carne -ni para ti, ni para nadie- cuando al haber sido víctima te otorgas la excusa de ser el que ahora devora: empiezas la acción y el corazón del otro es el manjar perfecto si contiene algo más que carne y sal. Otro, que lo tenga entero o al menos que tenga algún trozo de magia entre el hueso y la grasa, que no haya vivido el brutal canibalismo sentimental de estar con alguien que solo quiere saciarse de ti, en un pletórico momento fugaz.
Así pues, comerse el del otro resulta la opción más práctica y sencilla, pues toma mucho tiempo esperar a que tu propio músculo regenere y esa masa se enriquezca.
Y es así como uno a uno, el uno al otro, y progresivamente todos, en estos tiempos modernos, vamos vacíos y con hambre de cualquier otro.